Sombrero De Puntas

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Últimamente había escuchado mucho acerca de las "chicas con cuernos en la cabeza", por lo que era natural sentir curiosidad en cuanto Sara mencionó que era una de ellas.


Hace unos cuantos años atrás, nadie había visto a una mujer con cuernos en su cabeza, eso solo pertenecía a los mundos de ficción y de mitología antigua, una mujer con cuernos no tenía cabida dentro del mundo actual; sin embargo, este mundo actual y virtual ayudó a la expansión de la noticia por todo el mundo, ¡las mujeres con cuernos en la cabeza existen!


La primera vez que me encontré  con Sara, quede impactado, como era posible que una mujer de tanta belleza existiera y más aún, ¿Cómo era posible que hubiera aceptado a salir conmigo? Su figura delgada y su gran cabellera recordaban a las pinturas de ninfas y ondinas mitológicas.


Podía imaginarla desnuda, tumbada entre un espeso bosque, ocultando su blanca piel a la sombra de los árboles.
Podía imaginar muchas cosas de ella, excepto el hecho de que tuviera un par de cuernos sobre su cabeza.


Debí ser capaz de sospechar que había algo extraño en ella, después de todo, en todo el tiempo que pasamos antes de que confesará su secreto, pude admirar un gran desfile de sombreros, mascadas, gorras y cuanta parafernalia se ha inventado para una cabeza femenina.
Nunca sospeche que se ocultaba algo bajo su gran sentido de la moda.


Desconozco la razón por la cual decidió contarme su secreto, nunca se lo pregunte, nunca me ha importado demasiado, pero estoy seguro de que le tomó una gran esfuerzo el contármelo.


Me contó cómo la paso en su niñez, siendo la única  niña con cuernos en toda su familia, sintiendo las constantes miradas de curiosidad y recelo por parte de todos sus familiares; sin embargo, ella nunca les guardo ningún rencor.


De niña, Sara amaba su par de cuernos, la hacía sentir tan especial, no le molestaba  tener que esconderlos en la escuela, era su pequeño secreto; al llegar a casa lo primero que hacía era quitarse su gorro, despeinarse el complicado peinado que tanto le costaba a su madre hacer y ponerse a jugar con su pequeño par de cuernos.
Pasaba horas enteras frotando sus cuernos, pensaba que los dejaría tan pulidos que brillarían tantos como las estrellas.


Esa era la pequeña Sara.


Al llegar a la pubertad y estar en contacto con chicas y jóvenes de su edad, Sara se sintió avergonzada de su par de cuernos, deseando en ocasiones no haber nacido con ellos.
Por suerte, esta etapa de vergüenza no le duró demasiado, ya que por ese tiempo la noticia de las chicas con cuernos comenzó a expandirse a nivel mundial, lo que le dejó saber que no se encontraba sola en este mundo.
Claro que Sara aún no era capaz de caminar por la calle con sus cuernos brillantes al aire libre, aún faltaba un poco de tiempo para eso.


Cuando Sara se quitó su gorro y me mostró sus cuernos por primera vez, me parecieron el par de cuernos más hermosos que nunca había visto; no es que fuera un experto en cuernos, pero no tenían nada que envidiarle a los cuernos de los ciervos o de las cabras de montaña.
Un par de cuernos que un satiro podria lucir dentro de una pintura helenica.
Le pedí cortésmente si podía tocarlos, tenía curiosidad de sentir su textura, si serían suaves y tersos, como la piel de un durazno o porosos y con relieves al igual que una fresa.


Sara no podía estar más feliz, sentir mis manos en sus cuernos le causaba un placer excéntrico.


Un placer no sexual, pero igual de excitante.
Sara tiene un par de cuernos en su cabeza.
Una chica con cuernos.



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