Pecera

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Cómete el pescado.
Cómetelo.

Solo ese pensamiento rondaba por mi mente desde hace una semana, cuando Andrea me pidió de favor que cuidara a su mascota: un pequeño pescado dorado.
El por qué una mujer adulta elegiría tener de mascota a un pequeño y solitario pescado escapaba a toda lógica ¿Qué tienen de malo los perros o un par de gatos? Quizás Andrea se preocupaba de ser tachada del clásico estereotipo de solterona con gatos.
¿Pero a quién diablos le importa lo que opinen los demás?

Su mascota.

Un
            Simple
                                    Pescado
                                                 Dorado

Pudo elegir una planta de sombra y tendría exactamente el mismo resultado, ninguno de los dos le brindaría el mínimo sobresalto, de haber elegido la planta, me habría ahorrado el hecho de cuidar su pescado y por consiguiente las ganas de comérmelo nunca cruzaría por mi mente.
Con solo pasar por su departamento y regarla una vez al día sería suficiente; incluso pudo elegir un cacto.

Lamentablemente el pescado parecía gustarle más, un insípido pescado dorado.
Repase mentalmente 20 formas en las que podría devorarlo, sería tan sencillo y rápido que, aunque quisiera disfrutarlo, me sería imposible, por eso la fantasía antes del acto sería la verdadera diversión.

La forma más rápida y sencilla seria solo ponerlo en mi boca y tragar, no lo masticaría, lo mantendría por unos segundos en mi boca, moviéndolo de un cachete a otro, sentir su viscosidad y sus escamas un poco, antes de empujarlo hacia el fondo de mi garganta con un movimiento de mi lengua.

Después tragar.
Tan simple como eso.

O podría ponerle algo más de sazón, arrojarlo entre dos trozos de pan y un poco de jamón, de esta forma tendría que masticar, pero dado el tamaño minúsculo del pescado, no creo que lo notara crujir entre mis dientes.

Podría incluso arrojarlo en un shot de tequila y fingir que era un gusano, quizás se retorcería al interior del tequila.

Beber de un solo sorbo el agua de su pecera, pescado incluido parecía una buena opción.

Muchas formas de llevar a cabo el asunto, claro que una vez que lo realizará, también necesitaría una buena excusa con la cual Andrea no se sintiera mal, no se tragaría cualquier excusa dado nuestra historia personal.
Quizá si compraba un nuevo pescado y trataba de sustituirlo, ella nunca se daría cuenta, no es como si el pescado le ladrara de forma distintiva cada que la veía llegar, ni tampoco hacía señales de burbujas dentro de la pecera cada que le diera hambre.

Tal vez solo revelarle que el pescado murió y admitir mi falta de habilidad para cuidar a cualquier otro ser vivo no fuera yo mismo, trabajo que incluso no se llevar a cabo muy bien.
Decidí dejar la excusa para después y apresurar el asunto, solo una vez que el pescado ya no estuviera, podría pensar en algo más que en comérmelo, solo así podría sacar al maldito pescado de mi cabeza.

Me coloque frente a la pecera y mire fijamente a los ojos del pescado, uno a la vez dada la forma de su cabeza, no encontré nada especial en ellos, ninguna chispa de conciencia la cual me evitará llevar a cabo mi plan, solo los ojos vidriosos de un pescado cualquiera, nada diferentes de los que están en las neveras de los supermercados esperando a ser cocinados.

Saque al pequeño bastardo de la pecera y observe su boca tomar pequeñas bocanadas de aire, esforzándose por respirar, quizás intentando gritar.
Pude sentirlo retorciéndose mientras bajaba lentamente por mi garganta.
Y después, él me sintió a mí.

El pequeño pez dorado comenzó a devorarme desde dentro, el muy desgraciado me volteo la jugada, al final del día el devorado sería yo. Comenzó con mi estómago, devorando todo el contenido de el mismo, mi desayuno y mi comida, después mi estómago mismo. No puedo decir que me sorprendiera el que no sintiera dolor alguno, no me extrañó en lo absoluto, incluso lo encontraba normal.
Siguieron mis pulmones, mi hígado y riñones, poco a poco el pequeño pez dorado me devoraba por completo, hasta dejarme vacío, él se quedó con mi cuerpo y yo conserve mi mente, por lo menos el tiempo suficiente para escribir esto, pero sé que no me queda mucho tiempo.
Poco a poco mis pensamientos comienzan a ser los pensamientos del pequeño pescado dorado, mi mente ahora le pertenece, yo…

Solo puedo pensar en el agua.

La pecera.

Andrea llegará mañana.

Debo volver al agua.

Debo volver a entrar a la pecera...

Comenzare por meter la cabeza...

Después el resto del cuerpo.




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